Descendiente de Abraham, de Isaac y de Jacob, el pueblo judío o de Israel ha superado, durante más de cuatro mil años, una serie de adversidades que incluyen la esclavización por parte de los egipcios, su liberación y el Éxodo en busca de la Tierra Prometida liderados por Moisés. En tiempos antiguos, los judíos experimentaron cortos periodos de tiempo en los que pudieron disfrutar de libertad, de prosperidad y de auto gobierno con el Rey David y con el Rey Salomón; luego fueron esclavizados por los babilonios, quienes destruyeron el primer templo construido por Salomón y, como consecuencia, sufrieron el primer exilio. Posteriormente, fueron colonizados por los persas, los griegos y los romanos.
Con la destrucción de Jerusalem y del Segundo Templo por los romanos en el 70 e.c., se dio inicio a una segunda y larga etapa de penurias y de persecuciones. Los judíos tuvieron que pasar más de 1900 años de exilio en diferentes países de Europa y del mundo; dando lugar a la diáspora.
Soportaron, también, la persecución del Santo Oficio de la Inquisición y la consecuente expulsión de España por los reyes católicos durante los siglos XV y XVI e.c.; la persecución a sus comunidades a través de los pogromos en Rusia durante finales del siglo XIX e.c. y, finalmente, el Holocausto o Shoá durante la Segunda Guerra Mundial, durante el cual, fueron sometidos a un plan sistemático de exterminio por parte de los nazis.
En las Escrituras Sagradas, es decir, en la Torá, en el capítulo Shemot o Éxodo, se narra el nacimiento de Moisés y el periodo en el que el faraón que gobernaba, al ver cuánto había crecido el pueblo de Israel, dio la orden de asesinar a los varones que nacieran de una mujer hebrea. Este episodio dio inició a la explicación divina de por qué el profeta Moisés fue dejado en una canasta a orillas del río Nilo,
A finales del siglo XIII la comunidad judía formaba parte importante de la población de España, habiendo formado una nación dentro de otra nación, sin amenaza de persecuciones ni destrucciones. Para el siglo XIV se comunicaban en lengua propia, practicaban su religión y habían desarrollado un sistema penal paralelo, pero que convivía en paz con las comunidades cristianas. Para finales del siglo XV, muchos judíos trabajaban como administradores, recaudadores de impuestos o diplomáticos al servicio de un gran señor cristiano. Gracias a sus habilidades lograron controlar el comercio de diferentes productos y a diferentes niveles. También se beneficiaron del préstamo de dinero a cambio de una utilidad o interés; esta actividad estaba prohibida para los católicos. El matrimonio de Fernando V e Isabel I, en 1469, unificó España, posibilitando en cierta medida la victoria final sobre los musulmanes. Isabel, en 1478, le pidió al Papa organizar una tercera y más radical Inquisición que “erradicaría la herejía del mundo cristiano”. El Papa accedió, emitiendo el 1 de noviembre de 1478 una bula papal llamada Exigit Sincere Devotionis. Fernando e Isabel le dieron seguimiento a la bula papal con un decreto real el 27 de setiembre de 1480. Fue en 1483. cuando Tomás de Torquemada, un monje dominicano español descendiente de judíos conversos al cristianismo, fue designado Gran Inquisidor; personaje que le dará a la Inquisición su reputación sanguinaria. La maquinaría inquisidora estuvo dirigida contra los judíos conversos, sobre todo portugueses que, debido a su éxito económico fueron perseguidos, aduciendo su herejía y falsa conversión. Según Jaime Contreras y Gustav Henningsen, la Inquisición encausó a 49.000 personas, teniendo como delitos las siguientes causas: 27% por blasfemias 24% por mahometismo 10% eran falsos conversos 8% acusados de luteranismo 8% acusados de brujería y supersticiones 32% por sodomía, bigamia, delitos sexuales del clero, etc... Todas estas cosas eran crímenes en toda Europa, también en los tribunales civiles, municipales, regionales, etc. En España algunos de estos delitos podían ser juzgados tanto por la Inquisición como por tribunales civiles. Los castigos eran diversos y pasaban desde la tortura hasta la condena a morir en la hoguera. Desde 1481 a 1808 la Santa Inquisición condenó a muerte alrededor de 65.000 judíos en España. Este dato refleja la persecución a los judíos sefardíes que practicaban en secreto su religión en los territorios peninsulares portugueses y españoles (Cervera, 2017).
Pogromo es una palabra de origen ruso que significa “causar estragos o demoler violentamente”. Históricamente, el término se refiere a ataques violentos por parte de poblaciones no judías contra los judíos en el Imperio Ruso y en otros países aledaños. La minoría judía en Rusia habitaba barriadas llamadas chertas y en ellas la población se dedicaba preferentemente a actividades comerciales prósperas. Esta situación provocó la envidia y el resentimiento entre las clases populares desfavorecidas de religión cristiana.
A lo largo de la etapa zarista, se puso en marcha campañas contra los judíos, quienes eran acusados de terroristas bolcheviques, que representaban una amenaza para la nación rusa. Como un término despectivo, pogromo comenzó a emplearse para referirse a los disturbios antisemitas que arrasaron Ucrania y el sur de Rusia entre 1881 y 1884, tras el asesinato del zar Alejandro II. En Alemania y Europa oriental, el resentimiento económico, social y político contra los judíos reforzó el tradicional antisemitismo religioso.
Los perpetradores de los pogromos estaban organizados localmente, y en ocasiones, recibían apoyo del gobierno y de la policía. Violaban y asesinaban judíos, para luego saquear sus propiedades. Durante la guerra civil que le siguió a la Revolución Bolchevique de 1917, nacionalistas ucranianos, oficiales polacos y soldados del Ejército Rojo estuvieron involucrados en actos de violencia similar a la de los pogromos en Bielorrusia occidental y en la región de Galitzia en Polonia, donde asesinaron a decenas de miles de judíos entre 1918 y 1920 (Museum Holocaust Memorial, 2019).